6.1.06



1982-1987. Tadao Kikumoto y el Roland TB-303

Esta pequeña maquinita plateada (en realidad es de vulgar plástico), poco mayor que una cinta de vídeo, es la directa responsable de toda una revolución. Si la edad de oro de la música electrónica reciente empieza a finales de los ochenta con la explosión del “Acid House” (aquel movimiento que surgido de la nada llenó todos los clubs del mundo de caritas sonrientes), la culpa fue de esta belleza, la “máquina de bajos” Roland TB-303.
La historia de la 303, como la de muchos sintetizadores clásicos, está llena de circunstancias fortuitas e inesperados giros del destino. Su diseñador, Tadao Kikumoto (inventor también de la 909 y uno de los actuales capos de Roland), pensó en idear un par de máquinas que pudiesen sustituir a un bajista y un batería con el fin de que guitarristas, pianistas y orquestadores pudiesen componer sin necesidad de una sección rítmica “real”. Así nacieron en 1982 la 303 y su compañera inseparable, la caja de ritmos Drumatix 606. El concepto parecía interesante, pero fue un fracaso total. El sonido de la 303 no se parecía en absoluto al de un bajo eléctrico y programar el aparato era una pesadilla apta sólo para ingenieros aeroespaciales. Para emular los distintos tipos de bajo, la 303 contaba con unos controles circulares que había que colocar en distintas posiciones, un sistema considerado por entonces tremendamente arcaico. Sólo año y medio después de su aparición, el sinte fue retirado del mercado.
Cinco años más tarde, ya nadie se acordaba de la 303. Pero un desconocido Disc-Jockey llamado DJ Pierre encontró una en una tienda de segunda mano y empezó a utilizarla en sus actuaciones de una manera que a nadie se le había ocurrido. Efectivamente, la 303 no recordaba en absoluto a un bajo, pero si se la hacía sonar y al mismo tiempo se giraban sus controles circulares, el resultado era algo jamás oído. El impresionante chillido de la 303 impactó tanto a los productores de ‘techno’ que se convirtió en el elemento central de un sonido, el Acid House, que marcaría un antes y un después en la historia de la música electrónica.
A principios de los 90, la popularidad de la máquina ha crecido tanto que, como decía Fatboy Slim en un tema de su primer disco, “Todo el mundo quiere una 303”. El problema es que hay muy pocas: debido a su fracaso inicial, Roland sólo fabricó unas veinte mil. Despreciadas en su momento, tras el Acid los músicos electrónicos se lanzan a los mercadillos y las tiendas de segunda mano, desesperados por hacerse con una, mientras su precio en el mercado de aparatos usados sube y sube y sube... Decenas de compañías de instrumentos musicales fabricaron “clones” de la 303, pero ninguno igualaba el característico sonido de la original. La sorpresa que nadie podía esperarse, por eso, era que al final todo el mundo iba a poder tener la suya.
En 1997, la compañía de software Propellerheads lanzó al mercado Re-Birth, un programa de ordenador que emula a la perfección el clásico sonido ácido. Los músicos de todo el mundo no podían creerlo: una manera barata y cómoda de hacerse con una 303, al alcance de cualquiera. Re-Birth inaugura además la era de los instrumentos del futuro: los sintetizadores virtuales, hechos de ceros y unos en vez de transistores y circuitos.
Aunque hoy en día la fiebre por la TB-303 haya remitido un poco, el invento de Kikumoto ha ingresado en el Olimpo de los sintetizadores. Temas como “Protection” de Massive Attack, en el que sus notas se funden con pianos y secciones de cuerda, demuestran que su sonido se ha vuelto ya clásico. Pero por encima de todo, la historia de la 303 tiene una moraleja evidente. Son los creadores, no los ingenieros, los que deciden cómo debe utilizarse un instrumento electrónico.

Text by: José Luis de Vicente (Art Futura)

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